Vivimos tiempos
en que, como decía W.B.Yeats,
los escritores pintan una ciudad
que se obstina en enajenar nuestra identidad.
Suele suceder, sin propósito, claro. ¿O no?
Pero también pasan otras cosas…
Una ciudad en que las individualidades y la muchedumbre anónima,
pasa hablando sola, vociferando palabrotas
o condoliéndose con un mendigo que duerme en la vereda…
también pueden provocar el encuentro con nosotros mismos,
con NUESTRA IDENTIDAD, con nuestro mundo personal y oculto.
Eso suele sucederme.
Casi como encapsularme en mí misma,
ansiando protección
Al ver a los demás, en su diversidad, comienzo a quererme un poco más.
Porque así como hay personas mejores que yo,
también las hay peores
Y nos des-cubrimos mejores de lo que siempre creímos. O al menos
distintos.-
La ciudad puede ser un tsunami y yo, inmersa en ella,
ser la calma, la mansedumbre y la tolerancia.
Como puede la ciudad aplacarme en su quietud
y aun así, ser yo un volcán hirviente.
Cuando nos falta el aire.
Cuando pensamos que todo nos supera.
Cuando no podemos des-colgarnos del maremoto del consumismo,
la levedad, el vacío, el ruido...
NO HAY MEJOR INSPIRACIÓN que invocar al ESPÍRITU.
ÉL airea nuestros pulmones, ilumina rinconcitos mufados del alma,
fortalece, clarifica, aconseja, guía…
Y ¡no te imaginas lo que hace, si lo invocas y pides mejorar o quitar tus
errores…!
Es casi inmediato.-
¡Es maravilloso haberse sentido un iceberg
y al invocarlo,
sentir que nos incendiamos en la VERDAD!
Con sólo invocar su ayuda…
Ya no volvemos a ser como antes.
Todo lo purifica, lo mejora, para gloria del Padre y del Hijo.