Aplaca el ruido de la ciudad viviente,
la banquina bordada en oro.
El pesado sonido
de la industria activa
se adormece lentamente,
como sol en horizonte.
El hombre cansado vuelve al hogar.
Y es tierno el encuentro
en familia,
bajo una lámpara entre mullidos sillones ;
los aromas de la casa propia;
las costumbres que ,
por el ombligo concebimos
y preservamos con amor
y nostalgias.
El recuerdo de aquéllas tertulias
con los abuelos,
nos hace crecer como jamás pudimos.
Crecer de alma,
de dulces emociones vividas
en la simplicidad
del amor compartido,
que es el más caro.
Entonces comprendemos
que ya no somos pedazos sueltos
como cuando nos casamos´
intentando formar esta familia,
sino que somos
del mismo árbol portentoso,
la imagen viva de la VIDA FLORECIDA.
Afuera,
las hojas bailan
para decirnos que la brisa aún existe
y es caricia
que cambia y calma.
Y esa reunión que otrora se plasmara
a cielo abierto,
ahora insiste en el resguardo,
para no perder la sed ancestral
de la unidad
en la mesa compartida.
La medusa fresca del ocio
acaricia los párpados
en sutil afán de llamarnos
al gozo provinciano de la siesta.
Desde otra dimensión, "ellos" disfrutan
del hogar noble y eterno
que supieron legarnos.
¡Otoño!
bellísima estación
que bulle en todo interior,
re.naciendo
en flores y frutos...
en otra cercana primavera.
¡Que sea pródigo para todos!
¡Bendiciones!
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