Su ternura se identificó con la música, cual
si fueran gemelas, ninguna podía
separarse de la otra.
Cuando su bastón de noble madera con nudos,
dejó de marcarnos a todos sus nietos, el compás de las tarantelas o de la
música de Beethoven, de Mozart…fuimos huérfanos de su esencia, se desestabilizó
la armonía de la danza.
Aún después de sesenta años el dulce licor
de su espíritu, sigue endulzándonos el alma, como campanillas felices que llaman
al baile, a trascender en el movimiento peregrino y alegre. En su homenaje.
Las paredes de su casa murmuran que el
olvido de las cosas del alma no existe, que esa es idea de tontos; todo marca. Resiste en el recuerdo de su
señorío, donde nació y se hizo árbol fecundo, con tantas ramas como nietos
fuimos.
Cabalga mi memoria recordando horas de
despedida, de desarraigo…duelen, astillas
ínfimas, molestas, impiden el descanso.
Cuando la tarde dilata los higos a punto de
estallar, siento en mi piel “la aspereza” de la higuera al treparla para robar
sus frutos tibios, jugosos, blanditos. Fui compulsiva con ellos. Los quería
todos para mí.
Si paso por la vereda de la casa, la mente
trae de puntillas el aroma de las tostadas de tía Elvira, con la mermelada de
ciruelas, manteca y un tazón de café con leche espumoso.
O el sabor de un bife con ajitos rebanados,
ensalada de tomates peritas cortados al medio, con finas rodajas de cebolla que
daban el toque justo del deleite.
Las reuniones de la familia( éramos muchos)
con el mate dialogador que pasaba de
mano en mano, buñuelos con manzana, membrillo o anís, pancitos
saborizados, antes, todo se hacía en casa, mmm! …Son sellos indelebles . Quien
lo vivió, sabe que no era lo mismo comprarlos
que ver cómo los hacían, porque es como el asado…uno va degustando desde
el aroma de la leña al quemarse, hasta la carne tierna y crocantita a la vez,
cuando llega al plato.
Con
los dulces, panes, facturas, pasa lo
mismo: uno va saboreando los aromas, como dice Mercedes Sosa: “… conocer las
mañas y las mañanas, el sabor de masas y de manzanas…”
Mi ser se inclina agradecido ante tantas
ternezas, como se decía antes.
Lo noble se talla y no muere, queda como
estatura familiar, adornando los corazones en la hoguera lenta de un instante;
nos tilda, ahí quedamos, tiesos ante otros, pero la mente cabalga, lleva y trae
artilugios radiantes. Afecto atesorado. Impagable.
Cuando el sol desovilla el día, en la línea dorada del firmamento, le
quito el silencio al papel níveo y me digo en el asombro de tantos recuerdos,
bordando tus iniciales mientras no falla la lágrima que la brisa orea y el sol
barniza… brillando…
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