Hola, hijo querido…acércate…
Estás herido, ven, yo te restauro.
En los hombres
hay heridas muy profundas
que sangran largamente.
Los rechazos, los temores,
las burlas y humillaciones,
el abandono, la palabra dura,
el castigo, la violencia física,
verbal, espiritual,
el amor no recibido,
la ternura
o la caricia que no llegó,
el silencio,
la pregunta sin respuesta,
las dudas,
la represión, la injusticia,
la desigualdad, la indiferencia…
Desde tu nacimiento hasta hoy,
esas llagas te molestan,
te perturban, te dañan.
A veces las ocultas,
otras veces las evades,
o las ignoras,
o luchas contra ellas,
o tal vez, cansado,
las aceptas derrotado.
¡Yo te conozco, hijo querido!
Nada de tu historia
es para mí un tiempo oculto.
Conozco las raíces
que alimentan tu sonrisa congelada
y tus vacíos impulsos.
He sufrido cada golpe
que sobre ti se descargaba.
Y por eso me acerco a ti.
Delicadamente…para amarte.
YO no quiero imponerte nada,
ni aplastar tus anhelos.
Vengo hasta ti con fuerza
para levantarte entusiasmado.
Vengo con afecto
para querer tu pasado y tu presente.
Te entrego MI AMOR más hondo y sincero,
mi intimidad y mi HIJO ETERNO
Para que despiertes a la alegría.
YO restauro y renuevo tu vida,
tu rostro, tus heridas.
Soy el médico de tu enfermedad.
Soy el arquitecto de tu futuro
Soy el juez que declara tu inocencia.
Soy el DIOS que salva,
que libera del yugo
Que te besa en tus dolores
y valora tus virtudes.
¡Créemelo, hijo amado.
Te tengo en mi pensamiento!.
Te mantengo en mi cariño.
Te sostengo con mi brazo poderoso.
¡YO no te rechazo, no te abandono!
SOY TU PADRE y te alimento,
te protejo, te sigo,
te acompaño, te cuido, te conozco,
e alivio, te sano…
YO TE SANO… TE SANO…
SOY TU UNICO DIOS, TU PADRE.
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