Nácar la niebla
que apuró el fogoso arrebol del ocaso.
Cuando en intangibles puntillas
la noche saltó de tejado en tejado
y barrió con la yema de sus dedos
la dignidad del hombre en los suburbios,
te esperé,
sedienta de integrar tibios legajos de tu historia.
Y en la imperturbable penumbra de mi alcoba
los tulipanes del alféizar
lloraron, mustios, tu ausencia.
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